Tras un embarazo de casi cuatro años, la criatura ha sido alumbrada. Ha pesado 420 páginas, tiene los ojos de color arial y sonrisa a doble espacio como su padre. Ha salido alcohólica, drogadicta y le gusta el soul, pero ¿quién renegaría de un hijo por defectos que tenga o ninguna virtud como es el caso?
En cuanto a la respuesta a la lapidaria cuestión del «¿y ahora qué?», esa es: emancipación. Es lo bueno de las obras literarias que, si bien rara vez traen un pan bajo el brazo, nacen con la mayoría de edad a cuestas.
Ahora toca una de pescadillas muerdecolas, de envíos a editoriales donde no te publicarán ―salvo llevar soldado al nombre Gala, Pérez-Reverte o Zafón― sin traer como carta de presentación algún galardón y envío a concursos que no ganarás salvo llevar soldado al nombre Marías, Pombo o Asensi. Todo ello con el agravante de saberte poseedor de un manuscrito cuya temática interesa únicamente a un puñado de dementes como tú.
Entonces ¿por qué? ¿Cuál el sentido de esta sin razón? ¿Por qué no optar por la cómoda autoedición ofertada por las editoriales de internet? ¿Por qué malgastar tanto tiempo y dinero? ―¿son realmente conscientes los organizadores de certámenes literarios del enorme coste, entre impresión-encuadernación-envío, que supone la participación? ¿Por qué además se empecinan en hacerlo más sangrante pidiendo ejemplares por duplicado o triplicado y, para más inri, a doble espacio y por una sola cara? ¿Desconocen estos señores las excelencias del correo electrónico?―… Al final, todo se reduce a que los dementes de la Celtiberia reclamamos nuestro espacio. Un espacio tangible ―más allá de ese numerus clausus de géneros impertérritos e imperecederos encabezado por la novela histórica― que, a día de hoy y con escasas excepciones, sólo llena la lengua de Shakespeare y que algunos estamos empecinados en conquistar a bofetadas para la de Cervantes.
De momento, toca aplicarse la cantinela de ese pájaro Dodo de Alicia en el País de las Maravillas; el «adelante, siempre avante, nunca para atrás», a sabiendas de que «en esta carrera imposible es ganar».
En la instantánea: el altar santero creado al efecto y en torno a la novela como prueba fehaciente de la confianza en las posibilidades reales de la misma.