martes, 23 de diciembre de 2008

¡EL FIN DEL MUNDO HA LLEGADO! QUE SUENE MARVIN GAYE


Tras un embarazo de casi cuatro años, la criatura ha sido alumbrada. Ha pesado 420 páginas, tiene los ojos de color arial y sonrisa a doble espacio como su padre. Ha salido alcohólica, drogadicta y le gusta el soul, pero ¿quién renegaría de un hijo por defectos que tenga o ninguna virtud como es el caso?

En cuanto a la respuesta a la lapidaria cuestión del «¿y ahora qué?», esa es: emancipación. Es lo bueno de las obras literarias que, si bien rara vez traen un pan bajo el brazo, nacen con la mayoría de edad a cuestas.

Ahora toca una de pescadillas muerdecolas, de envíos a editoriales donde no te publicarán ―salvo llevar soldado al nombre Gala, Pérez-Reverte o Zafón― sin traer como carta de presentación algún galardón y envío a concursos que no ganarás salvo llevar soldado al nombre Marías, Pombo o Asensi. Todo ello con el agravante de saberte poseedor de un manuscrito cuya temática interesa únicamente a un puñado de dementes como tú.

Entonces ¿por qué? ¿Cuál el sentido de esta sin razón? ¿Por qué no optar por la cómoda autoedición ofertada por las editoriales de internet? ¿Por qué malgastar tanto tiempo y dinero? ―¿son realmente conscientes los organizadores de certámenes literarios del enorme coste, entre impresión-encuadernación-envío, que supone la participación? ¿Por qué además se empecinan en hacerlo más sangrante pidiendo ejemplares por duplicado o triplicado y, para más inri, a doble espacio y por una sola cara? ¿Desconocen estos señores las excelencias del correo electrónico?―… Al final, todo se reduce a que los dementes de la Celtiberia reclamamos nuestro espacio. Un espacio tangible ―más allá de ese numerus clausus de géneros impertérritos e imperecederos encabezado por la novela histórica― que, a día de hoy y con escasas excepciones, sólo llena la lengua de Shakespeare y que algunos estamos empecinados en conquistar a bofetadas para la de Cervantes.

De momento, toca aplicarse la cantinela de ese pájaro Dodo de Alicia en el País de las Maravillas; el «adelante, siempre avante, nunca para atrás», a sabiendas de que «en esta carrera imposible es ganar».

En la instantánea: el altar santero creado al efecto y en torno a la novela como prueba fehaciente de la confianza en las posibilidades reales de la misma.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Sentencias y flechas

El interior de una nevera es el reflejo de una vida.

martes, 16 de diciembre de 2008

RED LIGHTS, BIG CITY


Bien sabéis los que me conocéis ―los que habéis tenido esa desafortunada, aunque en la mayoría de casos merecida, condena― que, en estas páginas, difícilmente vais a encontrar la Nederland de Rembrandt, los azulejos de Delft y los campos de tulipanes. Para eso ya tenéis las guías, los canales televisivos de viajar y los prescindibles videoreportajes de algún familiar cansino y desconsiderado.

Mi Holanda es ―y será― una Holanda de sensaciones y ambientes, de bofetadas culturales y cafés oscuros, de “entre bambalinas” y “teatro dentro del teatro”, de cerveza blanca y ginebra joven, aunque sin olvidar aquellos rincones que, a pesar de su popularidad, merezcan la trova del viajero. Una mirada reflexiva y bohemia que, para qué engañarnos, no va más allá de torpe embozo de la demencia.

Acusarme de banal, pueril y hasta desconsiderado pero si algo merece una oda, en éste mi Ámsterdam, es el Barrio Rojo.

Como en aquellos viejos recortables de muñequitos en calzón donde a la enfermera le tocaba la jeringa y al bombero la manguera, a Ámsterdam ―por su pasado de ciudad portuaria y, por ende, de descanso del marino― le toca la puta.

Sin entrar en polémicas sobre la “profesión más vieja del mundo” y sus pájaras de vida alegre ―pues nada entiendo de fútbol― simplemente diré que, partiendo del hecho incuestionable de que meretrices ha habido siempre y siempre habrá, si hay una fórmula: es ésta.

Aquí, nada de barrios deprimidos ni deprimentes sino junto al centro neurálgico que es la Plaza Dam.

Aquí, nada de marginación sino en una amplia calle cruzada por un bello canal repleto de cisnes que es la más visitada de la ciudad. Con sus perfectas estampas familiares entre farol y farol y cientos de turistas paseando risueños y cordiales.

Aquí, nada ―o casi nada― de chulos y tráficos ilegales de personas sino autónomas del sexo que alquilan su escaparate, hacen su declaración de renta, elijen a su cliente y tienen derecho a la pensión de jubilación.

Aquí, nada de miradas perdidas sobre sonrisas desdentadas, ni doblegados cuerpos de brazos agujereados sino mujeres saludables ―y travestis mucho más saludables― que bien saben, como todo diligente empresario, que la presentación del producto es esencial para el buen funcionamiento del negocio.

Aquí, un viaje lisérgico hacia la lujuria sobre luces de neón. Un canto de sirena con cien caras con cien miradas maliciosas y cien cuerpos con doscientas curvas. Sodoma en una postal. Gomorra en El Corte Inglés.

En la instantánea (se siente pero está prohibido fotografiar a las cortesanas): el que viste y calza en el Distrito Rojo junto al reclamo de lo que, supongo, será un inocente “negocio de composturas”. Ah y por cierto, ―como apuntaba el gentilhombre aristo, no sé si por clarividencia o experiencia― sí, las pelucas multicolores del mercado de Albert Cuyp sirven para coronar las cabezas de la amplia mayoría de las rameras, furcias y fulanas que exhiben sus encantos a la luz de los purpúreos fanales.

Sentencias y flechas

Nunca seré viejo... a lo sumo, vintage.

jueves, 11 de diciembre de 2008

PÁRRAFOS SABÁTICOS: FAHRENHEIT 451


Las aficiones son esas actividades que nos apasionan y, salvo envidiables excepciones, rara vez dan de comer. Esas inquietudes a las que la velocidad vertiginosa de la vida de adultos -esa carrera circular de la rutina a la rutina con paradas de avituallamiento en la rutina- va relegando de la mesita de noche al armario y del armario al trastero -donde sabes que te esperan pero cada vez te da más pereza buscar-.

Creo que este es un buen momento de hacer justicia a las aficiones y dedicarles ese tiempo merecido que las actividades puramente alimenticias llevan años robándoles.

Sirva pues este blog, entre otros usos, para ir dejando constancia de los distintos libros, películas y canciones -esas son mis sedentarias aficiones- que me van a ir acompañando, como dignos coprotagonistas, en este futurible año sabático.

Empecemos por la literatura -pasión robada al sueño que ahora por fin ve la luz- y demos su espacio a viejos amigos que bien merecen una nueva visita, conocidos con los que no empezamos con buen pie -por venir impuestos o haberse presentado cuando la situación les era adversa- y se les debe una segunda oportunidad y nuevos personajes que llevaban demasiado tiempo en cola de espera.

Para abrir boca os dejo con esta obra de culto del páter de las “Crónicas marcianas”.

Autor: Ray Bradbury

Año de publicación: 1953

El principio: «Constituía un placer especial ver las cosas consumidas, ver los objetos ennegrecidos y cambiados. Con la punta de bronce del soplete en sus puños, con aquella gigantesca serpiente escupiendo su petróleo venenoso sobre el mundo, la sangre le latía en la cabeza y sus manos eran las de un fantástico director tocando todas las sinfonías del fuego y de las llamas para destruir los guiñapos y ruinas de la Historia».

El final:
«Hay un tiempo para todo. Sí. Una época para derrumbarse, una época para construir. Sí. Una hora para guardar silencio y otra para hablar. Sí, todo. Pero, algo más. ¿Qué más? Algo, algo…

Y, a cada lado del río, había un árbol de la vida, con doce clases distintas de frutas, y cada mes entregaban su cosecha; y las hojas de los árboles servían para curar a las naciones.

―Sí ―pensó Montag―, eso es lo que guardaré para mediodía. Para mediodía…
―Cuando alcancemos la ciudad».

Una cita: «Los libros están para recordarnos lo tontos y estúpidos que somos. Son la guardia pretoriana de César, susurrando mientras tiene lugar el desfile por la avenida: “Recuerda, César, que eres mortal”».

De qué diablos: Fahrenheit 451 es la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde y es también la historia de una pregunta: “¿Es usted feliz?". Una pregunta –la más peligrosa de este mundo- que el protagonista no puede responder a pesar de su trabajo perfecto -como bombero encargado de la quema de esos objetos arcanos y prohibidos llamados libros-, su mujer perfecta -demasiado ocupada en sus pantallas de televisión, su radio y sus sedantes para dejar de sonreír- y esa época perfecta donde le ha tocado vivir -un futuro (¿?) urbanita, proteccionista y, ante todo, feliz. Por obligación, pero feliz-.

martes, 9 de diciembre de 2008

LA NAVIDAD HA LLEGADO A SU FIN


Aunque nos creamos muy europeos porque ya somos capaces de ponernos sandalias con calcetín lo bien cierto es que a este lado de Los Pirineos son más europeos que nosotros. Por eso todo llega antes… y antes se acaba también.

Por estos fundos y a día de hoy la navidad ha llegado a su fin. Aquí, en la noche del 5 de diciembre, Sinterklaas -una suerte de pope ecuestre cuya tradición viajó a los USA con los inmigrantes holandeses dando lugar al rechoncho y risueño Santa Claus de saturada representación hasta la agonía que todos conocemos y padecemos- vuela sobre los tejados de Nederland rellenando de regalos, y supongo que a golpe de horma, los zapatos de todas las familias de bien.

Mito absolutamente rocambolesco -más allá de nuestros magos camelleros a los que la nebulosa esotérica da cierta coartada- por cuanto, según la versión oficial, el susodicho Sint-Nicolaas reside en Madrid, viaja en barco de vapor por el río Manzanares y, tras desembocar en el Cantábrico y cruzar el Atlántico, llega a Holanda. ¡Manda cojones, señores! ¡Manda cojones!

En nuestro caso, salvo por el cabroncete de tu hermano mayor o el imbécil de la clase, era absolutamente imposible descubrir que los reyes eran los padres, pero es que la patraña holandesa es de por sí insostenible. ¿Pero es que estos niños no tienen internet? ¿Desconocen que el Manzanares desemboca en el Jarama? ¿No han escuchado los versos de don Francisco de Quevedo “Manzanares, Manzanares, arroyo aprendiz de río”? ¿Sus telediarios no hablan nunca de España? ¿No conocen a Bisbal? Esto último, por cierto, una bendición.

Lo de los Reyes Magos de Oriente aún tiene un pase -llegan de unas indeterminadas tierras lejanas siguiendo una estrella, que si oro, que si incienso, que si mirra… si es que ni Tolkien- pero lo de que aparezca un tipo con tiara y cayado dorado con un paje llamado Pedrito El Negro y te digan que es oriundo de España y aquí todo el mundo tan pancho… es de redoble de tambor. ¡Menudas tragaderas tienen los niños neerlandeses!

Aquí dices que vienes de España y te sonríen alelados dándote una galletita con canela. No sé si porque siendo caucásico y sin barba blanca deben creer que eres un pobre loco o porque piensan que eres un elfo raro y premian tu laborioso año de pergeñar presentes.

Hermanos y hermanas, así nunca nos van a tomar en serio.
Hermanos y hermanas, por mucha sandalia con calcetín así no hay Europa que valga.

En la instantánea: vuestro humilde servidor con Pedrito El Negro segundos antes de que llenara mi capucha con medio centenar de galletitas de canela.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Sentencias y flechas

La paz espiritual admite pago con tarjeta.

jueves, 4 de diciembre de 2008

EL PÁJARO MOONDANCE



Tras cinco días de esmerado estudio ornitológico he aquí mis primeras consideraciones sobre ese ave rapaz nocturna conocida como Pájaro Moondance:


El Pájaro Moondance, denominado así por ser bajo el influjo de la luna cuando muestra su peculiar tambaleo, puede llegar a medir metro setenta, posee un pico corto que tiende a doblarse con la ingesta etílica y alas recias de verde plumaje. Su cuerpo aerodinámico está adaptado para vuelos rápidos y de escaso recorrido y su cola ahorquillada le permite maniobrar con torpeza en vuelo rasante.

El Pájaro Moondance pasa la mayor parte de su vida en regiones templadas, donde realiza la puesta y la cría, pero emigra en una sola ocasión a Ámsterdam para deshacerse de su plumaje.

Si bien su capacidad para imitar la voz humana le asemeja a sus parientes los psitácidos, el Pájaro Moondance se limita únicamente a escupir procedencias (Ejemplo: “nepalí”, “libanés”, “marroquí”) ante lo cual, y para evitar su irritación, debe entregársele algo que fumar, quedando posteriormente mucho más relajado.

Si bien su dieta habitual se compone de insectos, su manjar más preciado son los hongos pluricelulares que rara vez en su larga existencia puede ingerir y que por ello le producen gran satisfacción y varias horas de algo muy parecido a la risa humana.

El Pájaro Moondance es proclive a anidar en callejones estrechos junto a luces rojas, copas de ginebra holandesa y albóndigas infectadas de guindillas.

A pesar de tratarse de una raza en peligro de extinción, el Gobierno Neerlandés no ha dudado - ante el peligro que supone para la supervivencia del arenque ahumado- poner en marcha un programa de actuación para proceder a su completa aniquilación.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

HERMANO MOONDANCE


Mañana por la tarde se manifestará por estos lares el sujeto de la fotografía a pasar unos días en el zulo Llabrés García. Buen amigo y mejor cocinero, aquí os dejo con el plan de festejos que hemos preparado a tan ilustre invitado:

Jueves (para que no se agobie el primer día y teniendo en cuenta que llega por la tarde noche): Bajar a La Gorda, preparar la cena y enfrentarse a la fregada que lleva esperándole una semana.

Viernes: Bajar a La Gorda, aspirar moqueta, pasar mocho, quitar polvo, preparar la comida, sacar brillo a la plata, zurcir calcetines, bajar a La Gorda y preparar la cena.

Sábado: Bajar a La Gorda, lavar a mano la ropa interior de los Señoritos, preparar la comida, bañar a La Gorda, limpiar los cristales, bajar a La Gorda, volver a limpiar los cristales -es lo que tiene que siempre esté lloviendo- y preparar la cena.

Domingo: Bajar a La Gorda, ayudar al Señorito a rasurarse las partes pudendas, cortarle las uñas a La Gorda, preparar la comida, llevar la ropa a la lavandería, bajar a La Gorda y preparar la cena.

Lunes: Bajar a La Gorda, esperar al Señorito bajo la lluvia mientras compra discos, ir a comprar al mercado, preparar la comida, recoger la ropa de la lavandería, bajar a La Gorda y preparar la cena.

Martes: Bajar a La Gorda, preparar la comida, hacerle la manicura a la Señora, bajar a La Gorda, preparar la cena y un huevo duro.

Miércoles (como se va de madrugada y puede dormir en el avión): Dejar preparados medio centenar de tupperwares y bajar a La Gorda.

Como veis van a ser unos días de asueto maravillosos. Porque nuestra casa es vuestra casa y siempre seréis muy bien recibidos.

martes, 25 de noviembre de 2008

DISCREPANCIAS CULTURALES PARTE 2: EL CUARTO DE BAÑO



Tras el lapsus nupcial del pasado fin de semana -donde con la ayuda de familia, amigos y gin-tonics me lo pasé tan endiabladamente bien que estoy seguro debe ser delito en la mayoría de estados de Norteamérica, so pena de silla eléctrica- ya estoy de regreso en los Países Bajos con la etérea sensación de no saber si la realidad es lo que allí he dejado o con lo que aquí me encuentro.

Mientras reflexiono al respecto os dejo con otra de las diferencias culturales de mi nueva realidad o nueva ficción o yo qué sé: los cuartos de baño.

Dicen que las grandes ciudades lo son por la grandeza espiritual de su trastienda.
Bueno, pues como toda regla general que se precie, tiene su excepción: Ámsterdam.

Y es que Dam se presenta ante el viajero tal como es: pública e impúdica como sus prostitutas de escaparate. Porque Dam nada tiene que ocultar y todo lo muestra a través de sus ventanales sin cortinas. La grandeza de Ámsterdam estriba en sus koffieshops y museos, sus cafés marrones y canales, sus bicicletas y arenques, sus quesos y cervezas, su arquitectura educada y mágica atmósfera… en todo esto y nada más. En todo esto y para qué más.

En Ámsterdam cuando se cierra el local no empieza lo bueno. Cuando las sillas pasan a reposar su bien merecido descanso sobre las mesas no empiezan las historias de bergantines recorriendo las Antillas. Cuando los párpados metálicos caen sobre los ojos de cristal los camareros no desempolvan sus instrumentos y se ponen a tocar jazz. No, en Ámsterdam lo bueno son los tres siglos de rancio entorno en madera desgastada, las paredes amarilleadas por la nicotina y la exquisita cerveza. En el almacén sólo encontrarás botellas vacías y un cenicero repleto de colillas.

La trastienda de la Venecia del Norte es un cuarto de baño sin pila y sin plato de ducha. También sin bidé pero no pienso meterme en ese huerto que siempre despierta a los neandertales de la hibernación con ansias de atacar mi virilidad. Apenas un cubículo con ducha en caída libre y retrete. Un retrete de la clase lanzadera -en contraposición al tipo “salto al vacío” o “agujero negro” al que los celtíberos estamos acostumbrados- en el que, con la habilidad suficiente, puedes deponer mientras procedes a la ducha, afeitada y lavada de dientes. Estos neerlandeses y su inigualable capacidad de ahorro no dejan de asombrarme.

jueves, 20 de noviembre de 2008

ENLACE PLUMA-PAULA



Con motivo del enlace matrimonial de la niña risueña, desdentada y prima hermana de la instantánea -hoy convertida en una bella e inteligente joven- este fin de semana haré un vuelo rasante por la ciudad que me vio nacer.

Enlace nupcial que, para más inri, tiene como partenaire a mi estimado amigo Pluma. Es lo que tienen las urbe-pueblo… que a la que te descuidas y bajas la guardia acabas emparentando y con el resto de envidiosos camaradas gritando "pásate unas primas".

Gran momento y maravillosa excusa para compartir viandas con la vieja guardia dominica, para toparme con los Golfos Apandadores del modernismo y, sobre todo, para disfrutar de un día de asueto con mi impagable familia.

¡Que vivan los novios! ¡Que se bese el padre de la novia con el cura! ¡Que le corten al novio la corbata! ¡Que suelten al cochinillo untado de grasa!

lunes, 17 de noviembre de 2008

Sentencias y flechas

Diez contra el mundo es un acto de rebeldía. Mil es una moda.

domingo, 16 de noviembre de 2008

SPANISH HARLEM


Si hay un Spanish Harlem en Ámsterdam -cosa que dudo y desde este momento reivindico- vivimos en él. Y es que nuestra localización doméstica es como la canción del Pirata: “Pata negra” a un lado, al otro el Consulado, y allá a su frente “Molinos de viento”.


Coincidencias o no, lo bien cierto es que nuestro retiro amsterdamés es el centro de un triángulo isósceles en cuyos vértices se encuentra un restaurante español –que todavía no hemos pisado, por eso de no caer en el provincianismo tipo de los marineros yanquis hacinados en un Burger King, pero que el mono de jamón serrano no tardará en hacer de nosotros sus más fieles acólitos-, el Consulado de España –con sus arquetípicos funcionarios de mohín cansino en cuyos diccionarios, posiblemente por un error no imputable a ellos, falta la “S”, la sinuosa inicial de "solución", "simpatía", "sonrisa", "satisfacción", "servicial"…- y el centro cultural español “Molinos de viento” -con su nutrido grupo de estudiantes y ese botijo en el amplio ventanal que me obliga a sonreír cada mañana-.


“Molinos de viento”, o más bien su letrero luminoso y anunciador, es una señal, una señal para mí y sólo para mí. Y no, no es que me haya vuelto más loco de lo que ya vine -o por lo menos eso creo aunque asumo no ser el más indicado para opinar al respecto- sino que el mensaje se me muestra con absoluta claridad.

Y es que uno de los objetivos de este annus sabbaticus era, por fin, el acabar mi novela. Una novela que, os adelanto, culmina en el otero de Campo de Criptana con sus personajes a los pies de los molinos de viento. ¿No es por tanto evidente que esa imagen, la primera que veo cada mañana al levantarme, de un Alonso Quijano con molino de atrezzo es UNA SEÑAL? ¿No es ese Quijote y su Rocinante mi estrella de Belén? ¿Será este año sabático quien convierta a mis gigantes en simples molinos?

Preguntas, algunas retóricas y otras, de momento, sin respuesta.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

PELUCAS DE COLORES EN EL ALBERT CUYP



Dicen los tenderos de la zona que el Albert Cuyp -el mercado en el que los Sres. de Llabrés y su obesa hija cuadrúpeda realizan el avituallamiento casi a diario- es “el más conocido de Europa”.

De no ser porque me encuentro de año sabático ya les habría interpuesto una querella criminal por publicidad engañosa y agravio vil a la competencia leal.

¿Cómo se puede tener tamaña desvergüenza cuando en este viejo continente tenemos auténticos palacetes del tenderete y el cachivache como Portobello y Camden en Londres, Il Mercatone de Milán, El mercado de pulgas en París o el mismísimo Rastro de Madrid?

¿Cómo se puede tener tal capacidad para el autoengaño y la charlatanería mercantilista cuando en la misma ciudad campan archiconocidos mercados como el de Waterlooplein, el de las flores o el de la calle Dapper, considerado como uno de los 10 mejores del mundo?

El Albert Cuyp no deja de ser como cualquier otro mercado a los que estamos acostumbrados en nuestras propias urbes. Más ordenado y hacendoso tal vez, con sus especialidades autóctonas por supuesto, pero con los mismos pingos por doquier y los mismos puestos de comestibles impregnando con sus intensos aromas la atmósfera siempre festiva de todo zoco.

Nada tendría que alegar si los tenderos del Albert Cuyp, dejando al margen alardes panfletarios, lo hubieran etiquetado como aquel donde se vende el mejor Gouda o los más exquisitos bollos de anguilas ahumadas -de los que, por supuesto, el primer día nos pertrechamos varios kilos y que, por supuesto, a día de hoy ya aborrecemos- pero NUNCA como el más conocido.

Aunque, siendo justo, sí hay un pequeño detalle que me ha llamado la atención de este mercado y le sirve para marcar la diferencia con otros donde me he arrastrado entre empujones tanto a este como al otro lado de los Pirineos: SU MISTERIOSO PUESTO DE PELUCAS DE COLORES.

¿Por qué me llama tanto la atención y califico de misterioso un puesto de pelucas de colores? Porque, como observaréis en la fotografía up supra, no se trata de las típicas pelucas afro de uso carnavalesco sino de pelucas buenas y, a la sazón, caras. Algo que no he visto en ningún lugar del mundo -por recóndito que éste fuera- y que me hace preguntarme por el público potencial del producto.

¿Son los penachos policromos elemento esencial de algún rito protestante? ¿Será el postizo de colores eléctricos parte del atuendo tradicional pero las grandes cofias y sus recargados encajes llevan siglos ocultándonos que estamos ante un país de auténticos cachondos? ¿Será preceptivo el acudir al lugar de trabajo ataviado con cabellera falsa y multicolor como fórmula para aliviar las tensiones y hacer del castigo bíblico una grácil diversión? ¿Qué retorcidos secretos de alcoba esconden estos afables seres de sonrisa marfileña sobre rostro pluscuamperfecto?

En fin, todavía tengo cuatro meses para averiguarlo.

viernes, 7 de noviembre de 2008

DISCREPANCIAS CULTURALES PARTE 1: ANEXO






Para todos aquellos iletrados que habéis tenido la desvergüenza de tacharme de exagerado tras mi última crónica, aquí os presento una foto de Olivia sacada hace tan solo unos segundos.


Múltiples son los apelativos -la mayoría de ellos en lenguas paganas que apenas conocemos un par de eruditos en el planeta y he tenido a bien traduciros- recibidos por Olivia de cada una de las distintas civilizaciones y pueblos que se han topado con su inmensidad: “La gorda que camina”, “El murciélago que se tragó un melón”, “El anciano enano con exceso de vello”, “El piloso pilón”, “El cochino jabalí”, “La boya de piedra”, “La señora gorda de mohín enfurruñado”, “El hito con pezuñas”, “La fábrica de ensaimadas”, “El zepelín de Algirós”, “La señora mojón”… y así hasta un total de medio centenar.

Ante esta escalofriante estampa que pesa de solo mirarla, a ver quién es el valiente con los arrojos suficientes para acusarme ahora de alfeñique endeble y quejica plañidero por tener que cargar 4 veces al día con esta criatura venida desde el mismísimo averno para partirme el espinazo.

Todo esto desde el cariño y sin acritud pero con el deseo de que como si fuerais un siamés arrancado de mi costado sintáis en vuestras carnes lo mismo que yo.
El tema de los ronquidos y los pedos para más adelante.

lunes, 3 de noviembre de 2008

DISCREPANCIAS CULTURALES PARTE 1: EL ASCENSOR


El turista siempre regresa a casa con un idílico lienzo de Ámsterdam en la maleta. Esa estampa anacrónica donde el Siglo XVII comparte desenfadada mesa y mantel con las luces de neón y los modernos tranvías. Una perfecta escenografía de la que el turista disfruta y que el viajero padece. Porque tras las fachadas en ladrillo caravista, los hastiales abuhardillados y las balaustradas inclinadas a tu paso hay vida. Sí, señores, hay vida. Y en este caso, la mía.
¡Pongámosle imagen al reverso de la postal! ¡Rasguemos el telón y miremos al otro lado de las bambalinas! Y es que si de cara a la galería conciliar el Ámsterdam de Rembrandt con el Mundo de Google parece cosa hecha, a ver quién es el héroe que consigue encajar un ascensor en esas casas con un hueco de escalera que llega al medio metro en un amago de optimismo rallante en la idiocia.

Ya sé cuál es el comentario facilón que se os viene rápidamente a la lengua: “¿pero no es eso parte del encanto?”; a lo que yo contestaré: “sí, pero siempre y cuando no se tenga un bulldog cabezón, paticorto y obeso”.

Un drama, señores… ¡Qué digo un drama! ¡Una tragedia griega!

Dos veces al día debo armarme de cojones -2 en mi caso- y ardor –guerrero y óptimo para el caso- y cargar con esa masa pilosa y adiposa escaleras abajo y escaleras arriba.

Si buscáis en la Enciclopedia Larousse “riñones hechos fosfatina”, encontraréis mi foto.

Si buscáis en la Enciclopedia Larousse “hernia discal”, encontrareis mi foto.

Si buscáis en la Enciclopedia Larousse “Olivia, te amo, pero en el momento te descuides te ahogo en un canal”, encontraréis mi foto.

Y es que, hermanos y hermanas, si le dais la vuelta a la tarjeta del campo de tulipanes con molino de viento al fondo me encontraréis a mí, entre estertores, con una bulldog soldada al esternón escalando una cima de peldaños de madera.

jueves, 30 de octubre de 2008

UTRECHTSEDWARSSTRAAT


Si el andaluz fuera un idioma sería holandés.

Y es que el holandés -o neerlandés si queremos hablar con propiedad- no es un idioma de palabras cuyo límite es el infinito y más allá sino donde -por economía lingüística- una sola palabra contiene una frase entera.

Como muestra un botón de los de cualquiera de las americanas que se abrazan a las perchas de mi morada neerlandesa en la Utrechtsedwarsstraat. Porque detrás de este criptograma, cuya pronunciación no recomiendo a la gente de bien so pena de parálisis facial, se encuentra algo tan simple como una burda descripción: la calle (straat) que cruza (dwars) con Utrecht.

Así de simple. La Utrechtsedwarsstraat es una calle estrecha –sinónimo de aceras conquistadas por bicicletas- y tranquila -esa bendición cuando las ventanas sólo aplican su filtro al frío- partida en dos por la arteria Utrecht -principal, comercial con ínfulas y con desembocadura en la Rembrandt plein-. Una vez más esa economía, en este caso imaginativa, que al parecer se vislumbra como uno de los rasgos propios -herencia de ancestros mercantes- de este -bajo- país.

Aquí estaremos -si Roma y Santiago tienen a bien seguir juntos- los próximos cinco meses, con el Amstel a estribor, el Canal Reguliers a babor y nosotros achicando para que un año sabático tenga 365 días.

Ya para terminar, dos puntualizaciones:

1. Sí, lo que llevo en la cabeza es una boina francesa -hacerse mayor faculta para poder llevar sombrero con dignidad-. Porque si para algunos el concepto de europeo es poder llevar sandalia con calcetín, el mío es comprarme el calendario 2009 de los grandes pechos de Taschen y llevar boina francesa.

2. Tal vez haya sido un craso error, un desafortunado desliz, el dar mi posición exacta, pero que sepáis que la calle es larga. Aunque supongo que, tratándose de vosotros, no demasiado.

domingo, 26 de octubre de 2008

PRIMER DESTINO: AMSTERDAMNED


«¡¿Ámsterdam?!», «¿Pero cinco meses en Ámsterdam no es demasiado?», «Pero si con cinco días está más que visto… os vais a aburrir», «Pero si huele mal»…

Partiendo de la premisa de que sin trabajar no se está mal en ninguna parte ―a excepción de en ciertas penitenciarías del sudeste asiático―, Ámsterdam es, indudablemente, destino obligado en el inicio de todo annus sabbaticus. ¿Por qué?, os preguntaréis. ¿Por qué?, me preguntaréis. La respuesta es sencilla: por su mismo y aparente hándicap de pequeña capital, de ciudad paseable, serena y silenciosa. Y es que un año sabático no deja de ser como unas vacaciones estivales llevadas al paroxismo.

No sé vosotros pero el que suscribe sólo tiene sensación de auténtica vacación después de haber tocado levemente la desidia. En mi caso, los dos primeros días de unas vacaciones siempre pertenecen al callejeo consumista, a la cerveza a destiempo y a las largas sesiones de lectura, cine y música. A partir de ahí ya puedo cerrar las maletas y dar el banderazo de salida al trotamundos. A partir de ahí ya puedo correr y dormir poco y hacer el freaky por medio planeta para volver derrenglado a un trabajo que ya no me parecerá un mal destino sino un ganado descanso.

Pues mis cinco meses en Ámsterdam son mis dos primeros días de auténtica vacación. ¿Qué mejor ciudad en el mundo para perderse con cada paso? ¿Qué mejor lugar para dejar pasar la tarde entre una buena novela y algunos vasos de cerveza? ¿Qué mejor sitio para el vinilo barato y la tienda vintage? ¿Qué mejor ciudad para no hacer nada y hacerlo todo, para respirar hondo y fabricar el futuro? Sí, esa es Ámsterdam. Y además, no huele mal.

De todas maneras, por si lo anterior no os ha convencido, os dejo con unas líneas del maestro Albert Camus que allá por el 54 pasó un día en la Ciudad de los Canales:

«Este país me inspira: me gusta esta gente que hormiguea por las aceras, arrinconados en un pequeño espacio entre casas y agua, rodeados por la bruma, las tierras frías y el mar vaporoso como un lavadero. Me gusta porque son dobles. Están aquí y están en otra parte. ¡Sí!... Andan a nuestro lado, es cierto, y sin embargo vea usted donde se hallan sus cabezas: en esa bruma de neón, de ginebra y de menta que desciende de los letreros rojos y verdes. Holanda es un sueño, caballero, un sueño de oro y de humo, más borroso durante el día, y más dorado por la noche… ».

martes, 21 de octubre de 2008

¿CUÁNDO HUIR NO ES DE COBARDES?

¿Podríamos tildar de cobarde a Frodo por esconderse de los Nazgûl de camino a la posada de El Poney Pisador? ¿Y a Obi-Wan por exiliarse a Tattoine con el neonato Luke Skywalker? ¿O a Michael Corleone por escapar a Sicilia tras matar a Sollozzo y McCluskey?

Por supuesto que no. Un NO tajante y facilón que nos permitimos por ser conocedores de la bravura de los aludidos. Pero también ese NO incuestionable del que a sabiendas de la entidad del enemigo ―y sus inmisericordes acólitos― capea la muerte segura esperando el momento idóneo y las fuerzas necesarias para dar la estocada al adversario.

Y es que, con independencia de las motivaciones ―el miedo, la responsabilidad o el tomar carrerilla―, la huida hacia delante cuando estás sitiado por el enemigo no es cuestión de espantadizos y frioleros sino de hombres cabales y precavidos y, en el caso que nos ocupa, hasta consecuentes.

Es aquí donde entran en escena dos chalados con bulldog que abandonan su Valencia natal. Es aquí donde su periplo de un año entre Amsterdam, Londres y Nueva York cobra cierto sentido. Bont Vivants, envidiados cabrones, libertos o sencillamente locos pero nunca cobardes. Porque cuando los antagonistas son tan poderosos ―los trabajos insustanciales y las vidas desustanciadas, la paternidad como imposición y nunca como opción minoritaria, los amargados endémicos y los mediocres con ínfulas, los humorfóbicos y los graciosos sin gracia, las teorías tan bien aprendidas y la práctica por aprehender, el monótono bucle existencial monótono bucle, los amigos de la traición y los espectros de la amistad, los aprovechados desagradecidos y los desagradecidos aprovechados, la presión social y lo socialmente correcto, los taxistas, tunos y falleros― huir nunca es de cobardes.