martes, 25 de noviembre de 2008

DISCREPANCIAS CULTURALES PARTE 2: EL CUARTO DE BAÑO



Tras el lapsus nupcial del pasado fin de semana -donde con la ayuda de familia, amigos y gin-tonics me lo pasé tan endiabladamente bien que estoy seguro debe ser delito en la mayoría de estados de Norteamérica, so pena de silla eléctrica- ya estoy de regreso en los Países Bajos con la etérea sensación de no saber si la realidad es lo que allí he dejado o con lo que aquí me encuentro.

Mientras reflexiono al respecto os dejo con otra de las diferencias culturales de mi nueva realidad o nueva ficción o yo qué sé: los cuartos de baño.

Dicen que las grandes ciudades lo son por la grandeza espiritual de su trastienda.
Bueno, pues como toda regla general que se precie, tiene su excepción: Ámsterdam.

Y es que Dam se presenta ante el viajero tal como es: pública e impúdica como sus prostitutas de escaparate. Porque Dam nada tiene que ocultar y todo lo muestra a través de sus ventanales sin cortinas. La grandeza de Ámsterdam estriba en sus koffieshops y museos, sus cafés marrones y canales, sus bicicletas y arenques, sus quesos y cervezas, su arquitectura educada y mágica atmósfera… en todo esto y nada más. En todo esto y para qué más.

En Ámsterdam cuando se cierra el local no empieza lo bueno. Cuando las sillas pasan a reposar su bien merecido descanso sobre las mesas no empiezan las historias de bergantines recorriendo las Antillas. Cuando los párpados metálicos caen sobre los ojos de cristal los camareros no desempolvan sus instrumentos y se ponen a tocar jazz. No, en Ámsterdam lo bueno son los tres siglos de rancio entorno en madera desgastada, las paredes amarilleadas por la nicotina y la exquisita cerveza. En el almacén sólo encontrarás botellas vacías y un cenicero repleto de colillas.

La trastienda de la Venecia del Norte es un cuarto de baño sin pila y sin plato de ducha. También sin bidé pero no pienso meterme en ese huerto que siempre despierta a los neandertales de la hibernación con ansias de atacar mi virilidad. Apenas un cubículo con ducha en caída libre y retrete. Un retrete de la clase lanzadera -en contraposición al tipo “salto al vacío” o “agujero negro” al que los celtíberos estamos acostumbrados- en el que, con la habilidad suficiente, puedes deponer mientras procedes a la ducha, afeitada y lavada de dientes. Estos neerlandeses y su inigualable capacidad de ahorro no dejan de asombrarme.

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