miércoles, 12 de noviembre de 2008

PELUCAS DE COLORES EN EL ALBERT CUYP



Dicen los tenderos de la zona que el Albert Cuyp -el mercado en el que los Sres. de Llabrés y su obesa hija cuadrúpeda realizan el avituallamiento casi a diario- es “el más conocido de Europa”.

De no ser porque me encuentro de año sabático ya les habría interpuesto una querella criminal por publicidad engañosa y agravio vil a la competencia leal.

¿Cómo se puede tener tamaña desvergüenza cuando en este viejo continente tenemos auténticos palacetes del tenderete y el cachivache como Portobello y Camden en Londres, Il Mercatone de Milán, El mercado de pulgas en París o el mismísimo Rastro de Madrid?

¿Cómo se puede tener tal capacidad para el autoengaño y la charlatanería mercantilista cuando en la misma ciudad campan archiconocidos mercados como el de Waterlooplein, el de las flores o el de la calle Dapper, considerado como uno de los 10 mejores del mundo?

El Albert Cuyp no deja de ser como cualquier otro mercado a los que estamos acostumbrados en nuestras propias urbes. Más ordenado y hacendoso tal vez, con sus especialidades autóctonas por supuesto, pero con los mismos pingos por doquier y los mismos puestos de comestibles impregnando con sus intensos aromas la atmósfera siempre festiva de todo zoco.

Nada tendría que alegar si los tenderos del Albert Cuyp, dejando al margen alardes panfletarios, lo hubieran etiquetado como aquel donde se vende el mejor Gouda o los más exquisitos bollos de anguilas ahumadas -de los que, por supuesto, el primer día nos pertrechamos varios kilos y que, por supuesto, a día de hoy ya aborrecemos- pero NUNCA como el más conocido.

Aunque, siendo justo, sí hay un pequeño detalle que me ha llamado la atención de este mercado y le sirve para marcar la diferencia con otros donde me he arrastrado entre empujones tanto a este como al otro lado de los Pirineos: SU MISTERIOSO PUESTO DE PELUCAS DE COLORES.

¿Por qué me llama tanto la atención y califico de misterioso un puesto de pelucas de colores? Porque, como observaréis en la fotografía up supra, no se trata de las típicas pelucas afro de uso carnavalesco sino de pelucas buenas y, a la sazón, caras. Algo que no he visto en ningún lugar del mundo -por recóndito que éste fuera- y que me hace preguntarme por el público potencial del producto.

¿Son los penachos policromos elemento esencial de algún rito protestante? ¿Será el postizo de colores eléctricos parte del atuendo tradicional pero las grandes cofias y sus recargados encajes llevan siglos ocultándonos que estamos ante un país de auténticos cachondos? ¿Será preceptivo el acudir al lugar de trabajo ataviado con cabellera falsa y multicolor como fórmula para aliviar las tensiones y hacer del castigo bíblico una grácil diversión? ¿Qué retorcidos secretos de alcoba esconden estos afables seres de sonrisa marfileña sobre rostro pluscuamperfecto?

En fin, todavía tengo cuatro meses para averiguarlo.

4 comentarios:

Alex Barbarroja dijo...

Ya veo donde os compráis las pelucas tu señora y tú (aunque todo hay que decirlo a tí te hacen más falta) para vuestros numeritos picantes. Diosss! no veia tanto color eléctrico desde el último videoclip de The Creeps.
Un Abrazo!

Anónimo dijo...

Apostaria la mita de mi hacienda y honor a que el target objetivo del meritado comercio son meretrices, cortesanas, rameras, fulanas y furcias que buscan diferenciarse del resto mediante tan llamtiva y poco habitual elegancia pilosa. Me recuerdan la que Julia Roberts llevaba mientras dirigia a Richard Gere en Pretty Woman

Dani Llabrés dijo...

Para el Sr. Barbarroja: Sin entrar en una guerra capilar que, le adelanto, no puede ganar, simplemente decirle que lo que tiene sobre los hombros es un enorme contenedor que sólo alberga basura... bueno, aunque por su tamaño creo que podríamos hablar perfectamente de vertedero.

Dani Llabrés dijo...

Para Mr. Aristo: pues si yo aceptara su envite quedarían reducidas a la media tanto mi patrimonio como mi honradez, lo que, al menos en el caso de esta última, significaria albergar tan solo migajas de honor.