jueves, 1 de enero de 2009

¿ODIO LA NAVIDAD?


Rotundamente no. El odio supone un enconamiento y una vehemencia que la navidad no merece ―frase abierta para que cada cual añada bien «el esfuerzo», bien «la inquina»―.

Digamos que, sin llegar al odio, me resulta desagradable en muchas de sus facetas. Entre otras, por la felicidad de saldo con calzador de regalo, por esos compromisos familiares que para los más son garrote vil y para los menos excusa para no volverse a ver hasta 364 días después ―o 365 si el año es bisiesto―, por las orgías gastronómico-pantagruélicas al más puro estilo El sentido de la vida, por la salida nocturna como asignatura obligatoria, por el patetismo ilustrado de esas cenas de empresa donde la preceptiva borrachera sirve para justificar jefes trasteando subordinadas y compañeros casados intercambiando fluidos con compañeras casadas, por las felicitaciones masivas y prestadas, porque te hacen recordar a los ausentes, por «el imbécil con serpentina» alias espécimen beodo y salteador de Nocheviejas ―estoy firmemente convencido de que siempre es el mismo pero con distinta careta― proclive al abrazo fácil y a los deseos de prosperidad ―no por vacuos menos insistentes―, porque cuando salgo a la calle y me veo rodeado de todas esas estampas macilentas de señorona con estola, corbata-Cristo-dos-pistolas anudando saco de chistes y adolescente de americana y zapatillas me asaltan los instintos homicidas… porque nunca me ha gustado sentirme parte del rebaño.

Si bien muchos de estos despropósitos son cálices que ya me he encargado de alejar de mí ―pues el no tener móvil me ahorra los mensajes edulcorados, el ser mi propio jefe me ha permitido abolir por decreto la cena de empresa y la excusa de estudiar el fin de año en el mundo la incómoda pregunta de «¿en Nochevieja qué?»―, el resto los padezco o he padecido en mis propias carnes con la llegada de «tan señaladas fechas».

De quedarme aquí mi posicionamiento ante los fastos navideños parecería claro y tajante pero como la mente humana no está fabricada para el simplismo ―aunque el gran público se empecine en auto-mutilar y aletargar esa maravilla del raciocinio― no acabaré esta crónica sin cantar alguna de las excelencias propias de esta festividad que, por su grueso manto de tradición, sirve de eficaz pretexto para: ver a la gente que aprecias o hacer esa llamada que, por absoluta dejadez, llevas tiempo postergando; dar y recibir regalos; seguir atesorando entrañables anécdotas y ver la ilusionada cara de La García con los ecos de la duodécima campanada del año. Sí, supongo que en el fondo ―aunque a veces no en la forma― soy más pretor que César, más garante de las tradiciones que semi-deidad.

En la instantánea: una de esas reuniones familiares por las que sigue valiendo la pena que la navidad regrese cada año.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Dani! Soy Manuel Pascual, infatigable colega de tu primo Héctor.
En estas fechas, me acecha constantemente un debate, que sinceramente no me quita el sueño, pero si que me hace reflexionar.... ¿Hay que felicitarse en estas fechas o sería más adecuado darse un pésame?
Paralelamente a lo anteriormente mencionado en este artículo, añadiría la manipulación que los medios de comunicación ejecutan sobre todo bipedo: ¿Hay que ser felíz sólo en Navidad?, ¿Hay que ser generoso sólo en Navidad?, ¿Hay que ser solidario sólo en Navidad?
Como supongo que compartirás, rotundamente no.
Los medios de comunicación, nos avasallan con una cantidad inmensa de anuncios publicitarios para que consumamos utilizando como pretexto comportamientos que tendrían que estar presentes el resto del año y que no en todos los techos lo están. Nos dicen que compremos determinado producto, y nosotros - o ellos - lo compramos - o lo compran -, nos dicen que tenemos que ser felices, y forzamos una sonrisa que a pesar de su corta duración, se hace eterna, nos dicen que tenemos que ser solidarios y el dia 7 de enero ya se nos - o se les - ha olvidado todo lo que se predica en estas fechas...
Bueno, te deseo que tengas un buen comienzo de año y te doy la enhorabuena por el trabajo tan laborioso que realizas en esta red de despropósitos, donde tendría que cundir el ejemplo y por la criatura que acabas de engendrar, criatura que estoy seguro que en algún recóndito lugar, marcará un antes y un después en el proceso evolutivo entrópico de una persona.
1 abrazo y hasta pronto!

Dani Llabrés dijo...

Estimado Manuel:

Absolutamente de acuerdo en todas y cada una de las palabras contenidas en tu carta a los Corintios. Ser feliz, disfrutar de momentos con los que aprecias o ser generoso no debería circunscribirse a una época determinada del año y mucho menos ejecutarse por imposición o con falsedad ―y en la mayoría de casos, y para mayor escarnio, con ambas―. Por contra, tampoco debería existir un solo día en que aguantar imbéciles o estar donde uno no quiere estar fuera parte de nuestra agenda. En consecuencia y controlando a la perfección la teoría, debemos tener los cojones y el tesón suficiente para llevarla a la práctica.

Gracias por seguir mis líneas, por los ánimos y las felicitaciones ―que bien sabes son recíprocas―y espero que la criatura cumpla las expectativas.

Anónimo dijo...

Solo un apunte, está mal dicho doceava como adjetivo cardinal, en su lugar, lo correcto sería, duodécimo o décimo-segundo, éste último menos utilizado.

Saludos y con ganas de verle

Juanillo el corrector implacable.

Anónimo dijo...

Soy Juan, te llegó mi e-mail radiografiándote la comida???

Saludos y siempre te pierdes lo mejor, el amigo invisible,jejejeje

juanillo

Dani Llabrés dijo...

Para don Juan:

Cierta su apreciación gramatical (ya enmendada) y no menos cierta su incorrección al separar decimo segundo o decimosegundo (si lo prefiere) con un innecesario guión.
Y sí, leí su muy jocosa crónica navideña y desde entonces tengo pesadillas con esa boca mellada.
Por cierto ¿cuál fue la dádiva recibida por Ud. en esa parada de los monstruos que es el amigo invisible sieteagüense?

Anónimo dijo...

Pues a mi me gusta. Y me gusta por que de la misma forma que el enfermo de terminal que se sabe con fecha de caducidad. Se olvida de sus dolores y tormentos cuando corre por sus venas algun analgesico que el permite departir con lucided con quien tiene cerca y olvidar por unas horas su farragoso discurrir.
Nosotros, tmabien recibimos nuestra racion analgesica anual via Navidades.
Ademas me encanta el turron, me gusta reunirme con la familia, me gusta cocinar para mis amigos, me gusta hacer regalos y me gusta recibirlos.
Todos debemos cerrar los ojos a la realidad de vez en cuando, aunque solo sea para parpadear y humedecer los ojos y no quedarnos ciegos

Dani Llabrés dijo...

Pues sí, Hermano Aristo, coincido en todos y cada uno de sus pros pero supongo que a mi naturaleza adictiva -dada a los excesos- le sabe a poco tan leve dosis de opiácea felicidad.

Anónimo dijo...

Es que ésto está parado....O la página se ha blokeado...

A trabajar Vago