miércoles, 26 de noviembre de 2008

HERMANO MOONDANCE


Mañana por la tarde se manifestará por estos lares el sujeto de la fotografía a pasar unos días en el zulo Llabrés García. Buen amigo y mejor cocinero, aquí os dejo con el plan de festejos que hemos preparado a tan ilustre invitado:

Jueves (para que no se agobie el primer día y teniendo en cuenta que llega por la tarde noche): Bajar a La Gorda, preparar la cena y enfrentarse a la fregada que lleva esperándole una semana.

Viernes: Bajar a La Gorda, aspirar moqueta, pasar mocho, quitar polvo, preparar la comida, sacar brillo a la plata, zurcir calcetines, bajar a La Gorda y preparar la cena.

Sábado: Bajar a La Gorda, lavar a mano la ropa interior de los Señoritos, preparar la comida, bañar a La Gorda, limpiar los cristales, bajar a La Gorda, volver a limpiar los cristales -es lo que tiene que siempre esté lloviendo- y preparar la cena.

Domingo: Bajar a La Gorda, ayudar al Señorito a rasurarse las partes pudendas, cortarle las uñas a La Gorda, preparar la comida, llevar la ropa a la lavandería, bajar a La Gorda y preparar la cena.

Lunes: Bajar a La Gorda, esperar al Señorito bajo la lluvia mientras compra discos, ir a comprar al mercado, preparar la comida, recoger la ropa de la lavandería, bajar a La Gorda y preparar la cena.

Martes: Bajar a La Gorda, preparar la comida, hacerle la manicura a la Señora, bajar a La Gorda, preparar la cena y un huevo duro.

Miércoles (como se va de madrugada y puede dormir en el avión): Dejar preparados medio centenar de tupperwares y bajar a La Gorda.

Como veis van a ser unos días de asueto maravillosos. Porque nuestra casa es vuestra casa y siempre seréis muy bien recibidos.

martes, 25 de noviembre de 2008

DISCREPANCIAS CULTURALES PARTE 2: EL CUARTO DE BAÑO



Tras el lapsus nupcial del pasado fin de semana -donde con la ayuda de familia, amigos y gin-tonics me lo pasé tan endiabladamente bien que estoy seguro debe ser delito en la mayoría de estados de Norteamérica, so pena de silla eléctrica- ya estoy de regreso en los Países Bajos con la etérea sensación de no saber si la realidad es lo que allí he dejado o con lo que aquí me encuentro.

Mientras reflexiono al respecto os dejo con otra de las diferencias culturales de mi nueva realidad o nueva ficción o yo qué sé: los cuartos de baño.

Dicen que las grandes ciudades lo son por la grandeza espiritual de su trastienda.
Bueno, pues como toda regla general que se precie, tiene su excepción: Ámsterdam.

Y es que Dam se presenta ante el viajero tal como es: pública e impúdica como sus prostitutas de escaparate. Porque Dam nada tiene que ocultar y todo lo muestra a través de sus ventanales sin cortinas. La grandeza de Ámsterdam estriba en sus koffieshops y museos, sus cafés marrones y canales, sus bicicletas y arenques, sus quesos y cervezas, su arquitectura educada y mágica atmósfera… en todo esto y nada más. En todo esto y para qué más.

En Ámsterdam cuando se cierra el local no empieza lo bueno. Cuando las sillas pasan a reposar su bien merecido descanso sobre las mesas no empiezan las historias de bergantines recorriendo las Antillas. Cuando los párpados metálicos caen sobre los ojos de cristal los camareros no desempolvan sus instrumentos y se ponen a tocar jazz. No, en Ámsterdam lo bueno son los tres siglos de rancio entorno en madera desgastada, las paredes amarilleadas por la nicotina y la exquisita cerveza. En el almacén sólo encontrarás botellas vacías y un cenicero repleto de colillas.

La trastienda de la Venecia del Norte es un cuarto de baño sin pila y sin plato de ducha. También sin bidé pero no pienso meterme en ese huerto que siempre despierta a los neandertales de la hibernación con ansias de atacar mi virilidad. Apenas un cubículo con ducha en caída libre y retrete. Un retrete de la clase lanzadera -en contraposición al tipo “salto al vacío” o “agujero negro” al que los celtíberos estamos acostumbrados- en el que, con la habilidad suficiente, puedes deponer mientras procedes a la ducha, afeitada y lavada de dientes. Estos neerlandeses y su inigualable capacidad de ahorro no dejan de asombrarme.

jueves, 20 de noviembre de 2008

ENLACE PLUMA-PAULA



Con motivo del enlace matrimonial de la niña risueña, desdentada y prima hermana de la instantánea -hoy convertida en una bella e inteligente joven- este fin de semana haré un vuelo rasante por la ciudad que me vio nacer.

Enlace nupcial que, para más inri, tiene como partenaire a mi estimado amigo Pluma. Es lo que tienen las urbe-pueblo… que a la que te descuidas y bajas la guardia acabas emparentando y con el resto de envidiosos camaradas gritando "pásate unas primas".

Gran momento y maravillosa excusa para compartir viandas con la vieja guardia dominica, para toparme con los Golfos Apandadores del modernismo y, sobre todo, para disfrutar de un día de asueto con mi impagable familia.

¡Que vivan los novios! ¡Que se bese el padre de la novia con el cura! ¡Que le corten al novio la corbata! ¡Que suelten al cochinillo untado de grasa!

lunes, 17 de noviembre de 2008

Sentencias y flechas

Diez contra el mundo es un acto de rebeldía. Mil es una moda.

domingo, 16 de noviembre de 2008

SPANISH HARLEM


Si hay un Spanish Harlem en Ámsterdam -cosa que dudo y desde este momento reivindico- vivimos en él. Y es que nuestra localización doméstica es como la canción del Pirata: “Pata negra” a un lado, al otro el Consulado, y allá a su frente “Molinos de viento”.


Coincidencias o no, lo bien cierto es que nuestro retiro amsterdamés es el centro de un triángulo isósceles en cuyos vértices se encuentra un restaurante español –que todavía no hemos pisado, por eso de no caer en el provincianismo tipo de los marineros yanquis hacinados en un Burger King, pero que el mono de jamón serrano no tardará en hacer de nosotros sus más fieles acólitos-, el Consulado de España –con sus arquetípicos funcionarios de mohín cansino en cuyos diccionarios, posiblemente por un error no imputable a ellos, falta la “S”, la sinuosa inicial de "solución", "simpatía", "sonrisa", "satisfacción", "servicial"…- y el centro cultural español “Molinos de viento” -con su nutrido grupo de estudiantes y ese botijo en el amplio ventanal que me obliga a sonreír cada mañana-.


“Molinos de viento”, o más bien su letrero luminoso y anunciador, es una señal, una señal para mí y sólo para mí. Y no, no es que me haya vuelto más loco de lo que ya vine -o por lo menos eso creo aunque asumo no ser el más indicado para opinar al respecto- sino que el mensaje se me muestra con absoluta claridad.

Y es que uno de los objetivos de este annus sabbaticus era, por fin, el acabar mi novela. Una novela que, os adelanto, culmina en el otero de Campo de Criptana con sus personajes a los pies de los molinos de viento. ¿No es por tanto evidente que esa imagen, la primera que veo cada mañana al levantarme, de un Alonso Quijano con molino de atrezzo es UNA SEÑAL? ¿No es ese Quijote y su Rocinante mi estrella de Belén? ¿Será este año sabático quien convierta a mis gigantes en simples molinos?

Preguntas, algunas retóricas y otras, de momento, sin respuesta.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

PELUCAS DE COLORES EN EL ALBERT CUYP



Dicen los tenderos de la zona que el Albert Cuyp -el mercado en el que los Sres. de Llabrés y su obesa hija cuadrúpeda realizan el avituallamiento casi a diario- es “el más conocido de Europa”.

De no ser porque me encuentro de año sabático ya les habría interpuesto una querella criminal por publicidad engañosa y agravio vil a la competencia leal.

¿Cómo se puede tener tamaña desvergüenza cuando en este viejo continente tenemos auténticos palacetes del tenderete y el cachivache como Portobello y Camden en Londres, Il Mercatone de Milán, El mercado de pulgas en París o el mismísimo Rastro de Madrid?

¿Cómo se puede tener tal capacidad para el autoengaño y la charlatanería mercantilista cuando en la misma ciudad campan archiconocidos mercados como el de Waterlooplein, el de las flores o el de la calle Dapper, considerado como uno de los 10 mejores del mundo?

El Albert Cuyp no deja de ser como cualquier otro mercado a los que estamos acostumbrados en nuestras propias urbes. Más ordenado y hacendoso tal vez, con sus especialidades autóctonas por supuesto, pero con los mismos pingos por doquier y los mismos puestos de comestibles impregnando con sus intensos aromas la atmósfera siempre festiva de todo zoco.

Nada tendría que alegar si los tenderos del Albert Cuyp, dejando al margen alardes panfletarios, lo hubieran etiquetado como aquel donde se vende el mejor Gouda o los más exquisitos bollos de anguilas ahumadas -de los que, por supuesto, el primer día nos pertrechamos varios kilos y que, por supuesto, a día de hoy ya aborrecemos- pero NUNCA como el más conocido.

Aunque, siendo justo, sí hay un pequeño detalle que me ha llamado la atención de este mercado y le sirve para marcar la diferencia con otros donde me he arrastrado entre empujones tanto a este como al otro lado de los Pirineos: SU MISTERIOSO PUESTO DE PELUCAS DE COLORES.

¿Por qué me llama tanto la atención y califico de misterioso un puesto de pelucas de colores? Porque, como observaréis en la fotografía up supra, no se trata de las típicas pelucas afro de uso carnavalesco sino de pelucas buenas y, a la sazón, caras. Algo que no he visto en ningún lugar del mundo -por recóndito que éste fuera- y que me hace preguntarme por el público potencial del producto.

¿Son los penachos policromos elemento esencial de algún rito protestante? ¿Será el postizo de colores eléctricos parte del atuendo tradicional pero las grandes cofias y sus recargados encajes llevan siglos ocultándonos que estamos ante un país de auténticos cachondos? ¿Será preceptivo el acudir al lugar de trabajo ataviado con cabellera falsa y multicolor como fórmula para aliviar las tensiones y hacer del castigo bíblico una grácil diversión? ¿Qué retorcidos secretos de alcoba esconden estos afables seres de sonrisa marfileña sobre rostro pluscuamperfecto?

En fin, todavía tengo cuatro meses para averiguarlo.

viernes, 7 de noviembre de 2008

DISCREPANCIAS CULTURALES PARTE 1: ANEXO






Para todos aquellos iletrados que habéis tenido la desvergüenza de tacharme de exagerado tras mi última crónica, aquí os presento una foto de Olivia sacada hace tan solo unos segundos.


Múltiples son los apelativos -la mayoría de ellos en lenguas paganas que apenas conocemos un par de eruditos en el planeta y he tenido a bien traduciros- recibidos por Olivia de cada una de las distintas civilizaciones y pueblos que se han topado con su inmensidad: “La gorda que camina”, “El murciélago que se tragó un melón”, “El anciano enano con exceso de vello”, “El piloso pilón”, “El cochino jabalí”, “La boya de piedra”, “La señora gorda de mohín enfurruñado”, “El hito con pezuñas”, “La fábrica de ensaimadas”, “El zepelín de Algirós”, “La señora mojón”… y así hasta un total de medio centenar.

Ante esta escalofriante estampa que pesa de solo mirarla, a ver quién es el valiente con los arrojos suficientes para acusarme ahora de alfeñique endeble y quejica plañidero por tener que cargar 4 veces al día con esta criatura venida desde el mismísimo averno para partirme el espinazo.

Todo esto desde el cariño y sin acritud pero con el deseo de que como si fuerais un siamés arrancado de mi costado sintáis en vuestras carnes lo mismo que yo.
El tema de los ronquidos y los pedos para más adelante.

lunes, 3 de noviembre de 2008

DISCREPANCIAS CULTURALES PARTE 1: EL ASCENSOR


El turista siempre regresa a casa con un idílico lienzo de Ámsterdam en la maleta. Esa estampa anacrónica donde el Siglo XVII comparte desenfadada mesa y mantel con las luces de neón y los modernos tranvías. Una perfecta escenografía de la que el turista disfruta y que el viajero padece. Porque tras las fachadas en ladrillo caravista, los hastiales abuhardillados y las balaustradas inclinadas a tu paso hay vida. Sí, señores, hay vida. Y en este caso, la mía.
¡Pongámosle imagen al reverso de la postal! ¡Rasguemos el telón y miremos al otro lado de las bambalinas! Y es que si de cara a la galería conciliar el Ámsterdam de Rembrandt con el Mundo de Google parece cosa hecha, a ver quién es el héroe que consigue encajar un ascensor en esas casas con un hueco de escalera que llega al medio metro en un amago de optimismo rallante en la idiocia.

Ya sé cuál es el comentario facilón que se os viene rápidamente a la lengua: “¿pero no es eso parte del encanto?”; a lo que yo contestaré: “sí, pero siempre y cuando no se tenga un bulldog cabezón, paticorto y obeso”.

Un drama, señores… ¡Qué digo un drama! ¡Una tragedia griega!

Dos veces al día debo armarme de cojones -2 en mi caso- y ardor –guerrero y óptimo para el caso- y cargar con esa masa pilosa y adiposa escaleras abajo y escaleras arriba.

Si buscáis en la Enciclopedia Larousse “riñones hechos fosfatina”, encontraréis mi foto.

Si buscáis en la Enciclopedia Larousse “hernia discal”, encontrareis mi foto.

Si buscáis en la Enciclopedia Larousse “Olivia, te amo, pero en el momento te descuides te ahogo en un canal”, encontraréis mi foto.

Y es que, hermanos y hermanas, si le dais la vuelta a la tarjeta del campo de tulipanes con molino de viento al fondo me encontraréis a mí, entre estertores, con una bulldog soldada al esternón escalando una cima de peldaños de madera.