jueves, 30 de octubre de 2008

UTRECHTSEDWARSSTRAAT


Si el andaluz fuera un idioma sería holandés.

Y es que el holandés -o neerlandés si queremos hablar con propiedad- no es un idioma de palabras cuyo límite es el infinito y más allá sino donde -por economía lingüística- una sola palabra contiene una frase entera.

Como muestra un botón de los de cualquiera de las americanas que se abrazan a las perchas de mi morada neerlandesa en la Utrechtsedwarsstraat. Porque detrás de este criptograma, cuya pronunciación no recomiendo a la gente de bien so pena de parálisis facial, se encuentra algo tan simple como una burda descripción: la calle (straat) que cruza (dwars) con Utrecht.

Así de simple. La Utrechtsedwarsstraat es una calle estrecha –sinónimo de aceras conquistadas por bicicletas- y tranquila -esa bendición cuando las ventanas sólo aplican su filtro al frío- partida en dos por la arteria Utrecht -principal, comercial con ínfulas y con desembocadura en la Rembrandt plein-. Una vez más esa economía, en este caso imaginativa, que al parecer se vislumbra como uno de los rasgos propios -herencia de ancestros mercantes- de este -bajo- país.

Aquí estaremos -si Roma y Santiago tienen a bien seguir juntos- los próximos cinco meses, con el Amstel a estribor, el Canal Reguliers a babor y nosotros achicando para que un año sabático tenga 365 días.

Ya para terminar, dos puntualizaciones:

1. Sí, lo que llevo en la cabeza es una boina francesa -hacerse mayor faculta para poder llevar sombrero con dignidad-. Porque si para algunos el concepto de europeo es poder llevar sandalia con calcetín, el mío es comprarme el calendario 2009 de los grandes pechos de Taschen y llevar boina francesa.

2. Tal vez haya sido un craso error, un desafortunado desliz, el dar mi posición exacta, pero que sepáis que la calle es larga. Aunque supongo que, tratándose de vosotros, no demasiado.

domingo, 26 de octubre de 2008

PRIMER DESTINO: AMSTERDAMNED


«¡¿Ámsterdam?!», «¿Pero cinco meses en Ámsterdam no es demasiado?», «Pero si con cinco días está más que visto… os vais a aburrir», «Pero si huele mal»…

Partiendo de la premisa de que sin trabajar no se está mal en ninguna parte ―a excepción de en ciertas penitenciarías del sudeste asiático―, Ámsterdam es, indudablemente, destino obligado en el inicio de todo annus sabbaticus. ¿Por qué?, os preguntaréis. ¿Por qué?, me preguntaréis. La respuesta es sencilla: por su mismo y aparente hándicap de pequeña capital, de ciudad paseable, serena y silenciosa. Y es que un año sabático no deja de ser como unas vacaciones estivales llevadas al paroxismo.

No sé vosotros pero el que suscribe sólo tiene sensación de auténtica vacación después de haber tocado levemente la desidia. En mi caso, los dos primeros días de unas vacaciones siempre pertenecen al callejeo consumista, a la cerveza a destiempo y a las largas sesiones de lectura, cine y música. A partir de ahí ya puedo cerrar las maletas y dar el banderazo de salida al trotamundos. A partir de ahí ya puedo correr y dormir poco y hacer el freaky por medio planeta para volver derrenglado a un trabajo que ya no me parecerá un mal destino sino un ganado descanso.

Pues mis cinco meses en Ámsterdam son mis dos primeros días de auténtica vacación. ¿Qué mejor ciudad en el mundo para perderse con cada paso? ¿Qué mejor lugar para dejar pasar la tarde entre una buena novela y algunos vasos de cerveza? ¿Qué mejor sitio para el vinilo barato y la tienda vintage? ¿Qué mejor ciudad para no hacer nada y hacerlo todo, para respirar hondo y fabricar el futuro? Sí, esa es Ámsterdam. Y además, no huele mal.

De todas maneras, por si lo anterior no os ha convencido, os dejo con unas líneas del maestro Albert Camus que allá por el 54 pasó un día en la Ciudad de los Canales:

«Este país me inspira: me gusta esta gente que hormiguea por las aceras, arrinconados en un pequeño espacio entre casas y agua, rodeados por la bruma, las tierras frías y el mar vaporoso como un lavadero. Me gusta porque son dobles. Están aquí y están en otra parte. ¡Sí!... Andan a nuestro lado, es cierto, y sin embargo vea usted donde se hallan sus cabezas: en esa bruma de neón, de ginebra y de menta que desciende de los letreros rojos y verdes. Holanda es un sueño, caballero, un sueño de oro y de humo, más borroso durante el día, y más dorado por la noche… ».

martes, 21 de octubre de 2008

¿CUÁNDO HUIR NO ES DE COBARDES?

¿Podríamos tildar de cobarde a Frodo por esconderse de los Nazgûl de camino a la posada de El Poney Pisador? ¿Y a Obi-Wan por exiliarse a Tattoine con el neonato Luke Skywalker? ¿O a Michael Corleone por escapar a Sicilia tras matar a Sollozzo y McCluskey?

Por supuesto que no. Un NO tajante y facilón que nos permitimos por ser conocedores de la bravura de los aludidos. Pero también ese NO incuestionable del que a sabiendas de la entidad del enemigo ―y sus inmisericordes acólitos― capea la muerte segura esperando el momento idóneo y las fuerzas necesarias para dar la estocada al adversario.

Y es que, con independencia de las motivaciones ―el miedo, la responsabilidad o el tomar carrerilla―, la huida hacia delante cuando estás sitiado por el enemigo no es cuestión de espantadizos y frioleros sino de hombres cabales y precavidos y, en el caso que nos ocupa, hasta consecuentes.

Es aquí donde entran en escena dos chalados con bulldog que abandonan su Valencia natal. Es aquí donde su periplo de un año entre Amsterdam, Londres y Nueva York cobra cierto sentido. Bont Vivants, envidiados cabrones, libertos o sencillamente locos pero nunca cobardes. Porque cuando los antagonistas son tan poderosos ―los trabajos insustanciales y las vidas desustanciadas, la paternidad como imposición y nunca como opción minoritaria, los amargados endémicos y los mediocres con ínfulas, los humorfóbicos y los graciosos sin gracia, las teorías tan bien aprendidas y la práctica por aprehender, el monótono bucle existencial monótono bucle, los amigos de la traición y los espectros de la amistad, los aprovechados desagradecidos y los desagradecidos aprovechados, la presión social y lo socialmente correcto, los taxistas, tunos y falleros― huir nunca es de cobardes.