Si el andaluz fuera un idioma sería holandés.
Y es que el holandés -o neerlandés si queremos hablar con propiedad- no es un idioma de palabras cuyo límite es el infinito y más allá sino donde -por economía lingüística- una sola palabra contiene una frase entera.
Como muestra un botón de los de cualquiera de las americanas que se abrazan a las perchas de mi morada neerlandesa en la Utrechtsedwarsstraat. Porque detrás de este criptograma, cuya pronunciación no recomiendo a la gente de bien so pena de parálisis facial, se encuentra algo tan simple como una burda descripción: la calle (straat) que cruza (dwars) con Utrecht.
Así de simple. La Utrechtsedwarsstraat es una calle estrecha –sinónimo de aceras conquistadas por bicicletas- y tranquila -esa bendición cuando las ventanas sólo aplican su filtro al frío- partida en dos por la arteria Utrecht -principal, comercial con ínfulas y con desembocadura en la Rembrandt plein-. Una vez más esa economía, en este caso imaginativa, que al parecer se vislumbra como uno de los rasgos propios -herencia de ancestros mercantes- de este -bajo- país.
Aquí estaremos -si Roma y Santiago tienen a bien seguir juntos- los próximos cinco meses, con el Amstel a estribor, el Canal Reguliers a babor y nosotros achicando para que un año sabático tenga 365 días.
Ya para terminar, dos puntualizaciones:
1. Sí, lo que llevo en la cabeza es una boina francesa -hacerse mayor faculta para poder llevar sombrero con dignidad-. Porque si para algunos el concepto de europeo es poder llevar sandalia con calcetín, el mío es comprarme el calendario 2009 de los grandes pechos de Taschen y llevar boina francesa.
2. Tal vez haya sido un craso error, un desafortunado desliz, el dar mi posición exacta, pero que sepáis que la calle es larga. Aunque supongo que, tratándose de vosotros, no demasiado.
Y es que el holandés -o neerlandés si queremos hablar con propiedad- no es un idioma de palabras cuyo límite es el infinito y más allá sino donde -por economía lingüística- una sola palabra contiene una frase entera.
Como muestra un botón de los de cualquiera de las americanas que se abrazan a las perchas de mi morada neerlandesa en la Utrechtsedwarsstraat. Porque detrás de este criptograma, cuya pronunciación no recomiendo a la gente de bien so pena de parálisis facial, se encuentra algo tan simple como una burda descripción: la calle (straat) que cruza (dwars) con Utrecht.
Así de simple. La Utrechtsedwarsstraat es una calle estrecha –sinónimo de aceras conquistadas por bicicletas- y tranquila -esa bendición cuando las ventanas sólo aplican su filtro al frío- partida en dos por la arteria Utrecht -principal, comercial con ínfulas y con desembocadura en la Rembrandt plein-. Una vez más esa economía, en este caso imaginativa, que al parecer se vislumbra como uno de los rasgos propios -herencia de ancestros mercantes- de este -bajo- país.
Aquí estaremos -si Roma y Santiago tienen a bien seguir juntos- los próximos cinco meses, con el Amstel a estribor, el Canal Reguliers a babor y nosotros achicando para que un año sabático tenga 365 días.
Ya para terminar, dos puntualizaciones:
1. Sí, lo que llevo en la cabeza es una boina francesa -hacerse mayor faculta para poder llevar sombrero con dignidad-. Porque si para algunos el concepto de europeo es poder llevar sandalia con calcetín, el mío es comprarme el calendario 2009 de los grandes pechos de Taschen y llevar boina francesa.
2. Tal vez haya sido un craso error, un desafortunado desliz, el dar mi posición exacta, pero que sepáis que la calle es larga. Aunque supongo que, tratándose de vosotros, no demasiado.